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He estado en más de una ocasión en esta taberna-pizzería, que está a dos pasos de Piazza Navona y del Panteón, en el corazón de Roma. Es muy agradable, el interior tiene dos salas no muy grandes, llenas de mesas con manteles a cuadros de color rojo y blanco, la decoración es típica de taberna romana más que de un restaurante de clase. El menú ofrece una amplia y variada selección de pizzas, pasta, fritos y los clásicos de la cocina romana. La pizza es fina, crujiente, y sabrosa. La carbonara y pasta al limón superiores. El vino de la casa es aceptable y la cerveza la sirven muy fría, cosa que se agradece. Calidad y precio están en armonía. El local está atendido por jóvenes simpáticas y amables, siempre con una sonrisa. Los baños están muy limpios, cosa que se agradece. Lugar habitual de nativos, es normal encontrarse con sacerdotes y monjas en el local, convive a la perfección lo sacro con lo profano. Es recomendable ir temprano, se llena enseguida, el sábado aconsejo reservar. No sé si es tradición del local pero siempre que he ido me han invitado a una copa de limoncello y unas pastas.
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